Nuestra Historia

A partir de 1880, la República Argentina acometió su definitiva organización como nación bajo la guía del lema paz y administración, que caracterizó la primera presidencia del General Julio A. Roca (1880-1886). Ante los hombres que formaban la clase dirigente del país -los hombres de la célebre Generación del Ochenta- se abrió entonces un campo propicio para las realizaciones institucionales. Mucho era, por cierto, lo que había por hacer en el ámbito administrativo oficial, pero también mucho lo que podía y debía hacerse en la esfera privada, tanto desde el punto de vista social como cultural.

El Jockey Club de Buenos Aires, fundado el 15 de abril de 1882, surgió precisamente de ese contexto de euforia creativa. Su impulsor más decidido y primer presidente fue el Dr. Carlos Pellegrini, secundado en la empresa por un entusiasta conjunto de caballeros representativos de la actividad política y económica del país. La idea que los animaba era la de dar origen en nuestro medio a una entidad capaz de organizar y regir la actividad turfística nacional, hasta entonces fruto de emprendimientos dispersos y poco redituables, pero que al mismo tiempo fuera un centro social de primer orden, similar a los mejores clubes europeos que todos ellos habían conocido durante sus viajes por Francia e Inglaterra. Ambas premisas quedaron enunciadas claramente en el artículo primero del Estatuto de la institución, que expresaba que el Jockey Club sería un centro social, pero también una asociación que propendería al mejoramiento de la raza caballar.

La antigua sede social de la calle Florida

En cuanto a la vida social de la institución, durante sus primeros años las actividades se desenvolvieron en distintas residencias alquiladas, todas ellas ubicadas en la zona céntrica de la ciudad, pero una nómina societaria en constante aumento pronto aconsejó la edificación de una sede propia, que estuviera en un todo de acuerdo con la creciente jerarquía que el Club había alcanzado en su etapa germinal. Un paso capital al respecto se tomó en 1888, cuando se adquirió un predio en la calle Florida entre Lavalle y Tucumán, ubicación inmejorable del Buenos Aires finisecular. Después de llamar a concurso de proyectos, las autoridades del Jockey resolvieron la inmediata iniciación de las obras, según planos del arquitecto austríaco Manuel Turner. Durante el proceso constructivo, que se extendió por nueve años, el programa original fue completamente modificado, firmando la obra definitiva el ingeniero argentino Emilio Agrelo.

Una soberbia fachada sobre la calle Florida, impactante recepción y una escenográfica escalera; suntuosos salones, vasta sala de armas y acogedor comedor; sus elegantes características contribuyeron para que, desde el momento mismo de su inauguración, el 30 de septiembre de 1897, el palacio del Jockey Club se transformará en el centro predilecto de la actividad social más encumbrada de la ciudad. En su moblaje y adorno tuvo mucho que ver Carlos Pellegrini, quien se ocupó personalmente del arreglo definitivo de la casa hasta en sus mínimos detalles, contando para ello con la colaboración de Miguel Cané, que desde París, donde cumplía funciones como ministro de nuestro país, remitió los lujosos cortinados, las espesas alfombras, las panoplias, las arañas de finísimo cristal e incluso los faroles para el frente del edificio.

Con el correr del tiempo la casa sufrió diversas modificaciones. Ante todo se adquirieron varios solares vecinos, posibilitando la ampliación de las instalaciones y la construcción de un edificio anexo para las oficinas administrativas. Sucesivas reformas, llevadas a cabo en 1909 y en 1921, permitieron adaptar los salones a los cambios producidos en las modas y en el gusto, a la vez que, con asesoramiento especializado, se formó una valiosa colección artística, en la que se destacaban pinturas firmadas por Louis Michel Van Loo, Goya, Bouguereau, Corot, Monet, Sorolla, Anglada Camarasa, Fantin-Latour, Carrière y Favretto. Junto a las de los artistas extranjeros también lucían numerosas telas de maestros argentinos como Sívori, Gramajo Gutiérrez, Bermúdez, Quinquela Martín, López Naguil, Fader, Cordiviola y Aquiles Badi, formando el conjunto una verdadera galería de arte, que algunos socios del Club no vacilaban en considerar como "nuestro pequeño museo".

Los hipódromos de Palermo y San Isidro y el Campo de Deportes

En lo que respecta al papel rector que se deseaba asumir desde el punto de vista hípico, ya en 1883 el Club tomó a su cargo la administración del Hipódromo Argentino, que existía desde mayo de 1876, implantando un nuevo reglamento de carreras que pronto tuvo validez en todo el territorio nacional. La creación del Stud Book (registro genealógico de los animales de sangre pura de carrera introducidos o nacidos en el país) completó la serie de importantes medidas iniciales que, muy pronto, comenzaron a dar promisorios frutos.

Hacia 1907 el Club encaró completas reformas en el hipódromo, que estuvieron a cargo del arquitecto Louis Fauré Dujarric. Las nuevas instalaciones fueron inauguradas en 1909, adquiriendo entonces el circo palermitano el aspecto elegante que aún hoy presenta, a excepción de ligeras modificaciones producidas con el correr del tiempo. Su renovada apariencia se lució en las carreras especiales que se dispusieron para celebrar el Centenario de la Revolución de Mayo en 1910, oportunidad en la cual el Jockey Club desplegó un nutrido programa de premios de relieve internacional.

Pero el gran emprendimiento hípico encarado por el Jockey Club consistió en la construcción de un nuevo y moderno hipódromo en San Isidro, al norte de la capital. Con ese fin se adquirió una extensa fracción de tierras -aproximadamente 316 hectáreas-, operación que quedó formalizada el 5 de abril de 1926. Construido de acuerdo con los conceptos más modernos en la materia y dotado de soberbias pistas con un recorrido oval de 2.738 metros, el Hipódromo de San Isidro fue inaugurado el 8 de diciembre de 1935. Pistas de entrenamiento, boxes y un hospital veterinario completaron con el tiempo las instalaciones a las que rodean magníficos parques.

En esas tierras también se construyeron dos canchas de golf de 18 hoyos cada una -la colorada y la azul- diseñadas por el especialista Allister Mckenzie, que fueron abiertas al público en 1930. En 1940 se comenzó allí la construcción de un soberbio edificio social de estilo inglés, el Club House del Golf, y ese mismo año se inauguraron las dos primeras canchas de polo de un total de siete con las que se cuenta actualmente. Piletas de natación para mayores y niños y canchas de tenis y fútbol constituyen el área deportiva al aire libre que también se estableció en el inmejorable paisaje de San Isidro.

En mayo de 1953 el Jockey Club fue declarado disuelto y extinguido por una ley nacional, pasando las propiedades del Club a poder del estado, que desde ese momento también adminstró los hipódromos. Al recuperar sus bienes en 1958, el Club no pudo hacerse cargo de inmediato de los hipódromos de Palermo y San Isidro, puesto que recién en 1962 el Gobierno Nacional resolvió transferirle su administración, que ejerció hasta que se revocó ese convenio en 1974. Cuatro años después, en 1978, se obtuvo la restitución plena del de San Isidro, al que el Club dotó de importantes adelantos tecnológicos que, desde entonces, permitieron desarrollar la intensa y lucida actividad hípica con la que el Jockey lleva adelante el postulado inicial de su Estatuto.

La segunda época del Club y la actual sede social

El 15 de abril de 1953, en un contexto de irracionales pasiones políticas, el palacio del Jockey Club de la calle Florida fue incendiado y destruído, perdiéndose casi la totalidad de su patrimonio artístico. Como ya señalamos, pocos días después el Club fue disuelto, recuperando su personería recién en 1958. La nueva etapa que se inició en aquel año tuvo como escenario una residencia que había pertenecido a la familia Estrugamou y estaba ubicada en la calle Cerrito 1353. La casa fue adquirida con sus muebles, alfombras, arañas y obras de arte y se la adaptó para las actividades del Club con el asesoramiento del arquitecto Alejandro Bustillo. Aunque de menores dimensiones que la sede de la calle Florida, cumplió sobradamente con los requerimientos de la entidad durante aquel tiempo de transición.

El momnto adecuado para que el Club dispusiera de una casa acorde con su renacida importancia llegó en 1966, cuando se adquirió el edificio de Avenida Alvear 1345, una de las mansiones más suntuosas de entre las construidas en Buenos Aires a fines del siglo XIX, cuyo frente, para mayor significación, se abre sobre la plaza en la que se erige el monumento a Pellegrini, el preclaro fundador del Club.

Las complejas e inteligentes tareas de reciclaje, a cargo del estudio de los arquitectos Acevedo, Becú y Moreno, permitieron que en noviembre de 1968 el Jockey Club abriera nuevamente sus puertas en una casa de gran clase, dotada de todas las comodidades necesarias para su mejor funcionamiento. Se respetaron los ambientes de la recepción, tal como eran cuando aún vivía allí su antigua propietaria, doña Concepción Unzué de Casares, pero todo el resto de la casa sufrió un completo proceso de transformación. Se volvió así a disponer de amplias dependencias, un vasto comedor, una cómoda sala de armas y una inmensa biblioteca. Volvieron a colgar de los muros pinturas de firmas reputadas y a llenarse de voces los lujosos salones. Se volvió también a discutir sobre turf y otra vez se realizaron importantes reuniones culturales. En fin: el Jockey Club volvió a adquirir el antiguo y tradicional esplendor que lo había caracterizado desde sus años iniciales, instalado en uno de los recodos más distinguidos de la ciudad de Buenos Aires.

En 1981 el espacio social de la Avenida Alvear se vio notoriamente engrandecido con la adquisición de una residencia anexa, con frente sobre la calle Cerrito, que antes había sido propiedad de la familia Sánchez Elía. Se integraron ambas casas a través de sus respectivos jardines, se agregaron nuevos y relucientes ambientes y la sede del Jockey Club alcanzó entonces su máxima prestancia; la misma que hoy se despliega, con cotidiano deslumbramiento, ante los socios que la visitan y que ingresan en ella bajo la mirada alerta de la Diana de Falguière que, salvada del incendio de 1953, sigue custodiando las puertas del Club como lo hizo siempre, desde su inauguración, en la recordada sede de la calle Florida.